Parte A
RECUERDOS, NOSTALGIA Y AÑORANZA
DIVAGACIONES
“Sentimos Nostalgia de las cosas que
nos hicieron felices y ya no vuelven, son pasado”
La
nostalgia que germina en el Otoño, es recuerdo de un profundo sentimiento, es
alegría, es sonido de harpas y violines que desgranan melodías con efluvios de
tormento, son momentos de la vida que no vuelven, pero causan alegría al
traerlos a la mente y se viven muchas veces en el hoy en el ayer y en el
mañana.
La
nostalgia es “dolor de hogar, de casa, de familia, de estudiante, de Colegio”,
es un sentimiento de contento que bordea la tristeza por un recuerdo, una
historia, una época, o una vida, que no vuelven, son lejanos.
Es
sanativo, curativo, acudir a la nostalgia de hechos de juventud que cultivamos para
siempre y dan sus frutos y sus flores y nos calman con un bálsamo que atenúa el
sufrimiento que esta más allá de la alegría.
Hay
nostalgia por algo que nos hizo felices y recordamos con algo de tristeza, pues
no es posible editarlos en presente o en futuro programado; es el dolor de
saber que hay experiencias que ya no pueden volver, es felicidad con un dejo de
tristeza. Lo muy querido y recordado se hace inolvidable ¡Se
siente o se tiene nostalgia por los buenos recuerdos del pasado!
Nunca
hay nostalgia por espinas en la vida ya corrida; lo triste no se recuerda
con nostalgia.
Añoramos
lo que hemos perdido, lo que hemos desestimado, que no tiene retorno; es algo
así como “perder el tren” al que pudimos habernos subido. Somos nostálgicos y disfrutamos el recuerdo de
lo que vivimos hace tiempo.
No
somos melancólicos. La Melancolía o Pesadumbre, en el otoño de la vida, es un estado
de ánimo y tiene que ver con pensamientos tristes del presente que nos asaltan
de repente y nos sumen en la tristeza, en la desesperanza, nos afligen.
La
melancolía solo es propia de estados de abatimiento en los cuales se cae en la
depresión con proyecciones de múltiples colores y diversos sabores, pero el
negro prevalece, es tétrico y sombrío y sabe a feo.
Añoranza
es una mezcla de tristezas, es tortura, algo que pudo ser y ya no fue, es doloroso,
es el intenso dolor del ya no ser. Puede ser melancolía, cuando echamos
de menos aquello que está lejos, que nos llena de tristeza, que se padece y se
disfruta, al mismo tiempo, sin remedio, sin consuelo y solo algunas chispas fugaces
de alegría.
La
añoranza y la melancolía se confunden en momentos de Evocación. Añoremos de a
poquito o nos pasamos y llegamos a la sima, al agujero, y agrietamos el
recuerdo. Volver a la cima, a la alegría, no es tan fácil, se corre el riesgo
de anclarnos en la melancolía depresiva. Añorar es pedir auxilio, clamar, por señas,
un rescate, un lazo, un tirón, fuera del hueco.
Todos
hemos perdido algo en la vida, es pasado, algo o alguien, que ya se fue pero
que está en el libro de los recuerdos más dolidos, algo o alguien que hemos guardado
en el cofre del tesoro más valioso, que podemos abrir y recordar, como terapia
de un alma adolorida.
Nuestros
padres, nuestros “viejos”, núcleo de la entraña más sentida, nos dejaron
nostalgia de los muchos ratos a su lado bien vividos. Un legado que asumimos y
defendemos al tenor de las circunstancias de recuerdos y enseñanzas que han
calado muy profundo en nuestras almas, nostalgias de corazón adolescente.
Las
nostalgias de otoño son tranquilas, son aguas que fluyen sin apuros, sin límite
en el tiempo, de noche o de día, quedamente, cuando un sentimiento o
pensamiento nos asalta de repente.
No
hay que añorar la juventud que tuvimos, bello tesoro, álbum de recuerdos y
grata nostalgia de tantas cosas bellas que aun vivimos, pues no la perdimos,
la gozamos, a la usanza de los tiempos, en toda su extensión y compromiso.
Debemos,
eso sí, valorar, en kilates, haber llegado al otoño iluminado, oro puro, con
ganas de seguir transitando en esta vida, que nos ha dado todo, y que nos dará,
al final, el viaje hasta más allá del
ocaso, donde se pierden las fronteras y nos espera el cielo que anhelamos.
Somos
nostálgicos, recordamos con alegría. La nostalgia nos alegra, la añoranza, al
contrario, nos entristece, nos doblega. No añoremos, vivamos de los momentos
felices que abundan en nuestro libro de recuerdos consentidos, que translucen
el buen genio, el buen humor y la armonía.
Añoramos
lo que perdimos por ignorancia o negligencia o simple descuido, que nos privó
de algo que hubiera sido útil, nos hubiera orientado o prevenido y que no
supimos valorar, apreciar o dimensionar al tenor del contexto del pasado
referido. Hoy nos duele no haber tomado el riesgo calculado.
Continua
en parte B
ANTONIO
ALJURI A
14-02-22
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