lunes, 14 de marzo de 2022

Añoranzas del Colegio de Santander. Antonio Aljuri Arciniegas nos sigue regalando con sus inspi radas remembranzas y sus filosoficas reflexiones llenas de optimismo y esperanza.

 UN RECUERDO DEL COLEGIO SANTANDER 

y su Entorno

AMAR LA VIDA

VIVENCIAS ADORMECIDAS DE UN BELLO DESPERTAR.

DIVAGACIONES LIBRES, SIN MUROS DE CONTENCION.

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Todo gira en torno a la formación cívica, ética, moral y cultural recibida en el Colegio Santander. 

RECORDAR ES VIVIR

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El buen recuerdo es alimento espiritual. Recordemos lo bello, lo que nos hizo hombres de bien, lo que nos facultó para progresar, lo que nos condujo por la senda del triunfo y nos permitió llegar a viejos, y ser más sabios, lo que nos dio felicidad y que será sustento del mañana a descubrir, fundamento de otros logros venideros, muy cercanos al umbral del “más allá”


Recordemos momentos vividos del Colegio Santander, refugio del ayer, fortaleza del Saber; sus aulas, que nos vieron aprender, cultivar el intelecto, progresar, y sus áreas deportivas que nos dieron la oportunidad de crecer, hacer ejercicio, jugar futbol, basquetbol, gimnasia en las barras paralelas y piruetas en las barras verticales.


Volviendo atrás, muy atrás, recordemos que un apéndice deportivo más del Colegio Santander fue el “Parque de los Niños”, que frecuentábamos casi a diario, escenario de deportes por sus canchas de Basquetbol, futbol, tenis, volibol y, mucho tiempo atrás, también, centro de juegos públicos.


Estos juegos públicos estaban localizados por el lado de la quebrada, del zanjón, entre las dos escuelas públicas, hombres y mujeres, con su resbaladero (en donde se lesionó la columna Alfredo Peralta, un amigo en común), carrusel, cadenas voladoras, machi machón y otros equipos que no alcanzamos a precisar.


Se requiere complementar lo ya descrito; se espera la contribución de los lectores de aquella hermosa época, epopeya del ayer.


En “el parque de los niños” había arboles de pomarrosas y Sarrapias, que sabíamos disfrutar en cosecha. Este sitio fue lugar, también, de estudio, al aire libre, para exámenes de los estudiantes del Colegio, vecinos del lugar. Eso hacíamos con devoción y disciplina.


En el centro geométrico del parque, se erigía la estatua de “José Antonio Galán”, punto en el que antes existía una antena de comunicaciones, estructura de hierro que tratamos de escalar muchas veces, de manera competitiva, pues era cuestión de habilidad y dominio de la altura (y de un peligro inmenso, desde luego). 


Para los fieles religiosos circunvecinos, se construyó una Iglesia, al borde del zanjón, del cual fue párroco el cura Angarita, energúmeno de ingrata recordación, pues nos mandaba la “chiva”, el carro de policía, por jugar basquetbol, algunas veces, a pleno Sol, sin camisa. En este furgón (chiva) fuimos llevados a la sede de la Institución, en donde nos liberaban enseguida, pues no hubo, por ello, un atentado a la moral.


En beneficio de la brevedad del relato, cuya fuente de datos es caudalosa, desistimos de continuar dándole cuerda al Recuerdo de un pasado muy feliz de la adolescencia, fuente inagotable de historias, aun claras, en la memoria remota de esos años. Si uniéramos relatos de todos mis compañeros, Santanderinos-55, tendríamos un libro de un valor sentimental inmenso.


Veamos otros ángulos de aquellos bellos tiempos:


Practicar el deporte fue una gran disciplina formativa en aquellas épocas del bachillerato. El estadio Alfonso López era la extensión deportiva del colegio por sus pistas de atletismo que nos permitieron competir, ganar medallas y lucirlas en el patio principal.


De esa vida de estudiantes guardamos en un cofre un tesoro de recuerdos, imágenes imborrables y experiencias que nos hacen revivir, tomar aliento, aspirar un nuevo aire, y seguir rompiendo el viento sin temores, de cara al sol que nos calienta y que nos da felicidad. ¡Qué tiempos aquellos, que buenos momentos! La vida es grata, ¡amamos la vida! ¡Eso es libertad!


Recordamos con satisfacción los trabajos de carpintería y encuadernación que debíamos ejecutar para adquirir destrezas manuales de “artes y oficios”, fuente, a la sazón, de ocupación profesional, si estas hubiesen sido las únicas oportunidades de trabajo laboral en aquellos tiempos de grata recordación, muy pocos lugares de trabajo para hombres y muchos templos que recibieron nuestra sentida ofrenda de oración


De las gestas deportivas, algo bien grato podemos mencionar: El ciclismo fue un deporte, un deleite, difícil de olvidar; la Corcova, Floridablanca, Piedecuesta, Los Curos, el puente del rio Pescadero, circuitos callejeros de Bucaramanga, la doble al café Madrid, la ida a San Andrés, vía Málaga, fueron metas que pudimos, con éxito, alcanzar.


En esos escenarios naturales nos vieron pedalear y, a veces, flaquear, empalidecer (me dio “la pálida”, se decía, a la sazón), y sufrir, sin claudicar.


En bicicleta de carreras competimos muchas veces, difíciles de creer y de contar. Muchos riesgos, caídas, y raspones a montón. Hasta “carro acompañante” tuvimos una de esas veces (ya lo recordará mi amigo de siempre, el patrocinador, dueño del vehículo) ¡Que fortaleza, qué arrojo, qué entusiasmo, qué ganas de vivir!


En el ir y venir de los sucesos, de los hechos consumados, de los logros alcanzados, las medallas recibidas y los premios que nos dieron, hicimos amigos y decimos con placer, con orgullo, con fruición, que tenemos amigos, muy amigos, compañeros de verdad, leales y sinceros, bachilleres del colegio Santander, estandarte de cultura y pujanza estudiantil.


Por fortuna, como fruto del destino, algunos muchachos de entonces, diploma en mano, tuvimos la visión y la suerte de ingresar a estudios superiores y escoger una de las carreras universitarias de la UIS (Universidad industrial de Santander), fuente del Saber, polo de desarrollo, estrella universal, centro de educación superior por excelencia del Oriente Colombiano.


En los claustros de la Universidad definimos nuestros perfiles profesionales, que fueron fuentes de trabajo y de ingresos económicos que posibilitaron nuestro desarrollo social, profesional y personal y que hoy, después de mucho esfuerzo, bordeando el Otoño de la Vida, nos permite mirar atrás y sentir orgullo de los logros alcanzados y los trofeos levantados.  ¡Que honor!


Atados al destino que nos guiaba, y que no nos soltaba, algunos bachilleres de ese tiempo, fuimos reclutados para cumplir el servicio Militar obligatorio, que prestamos en el MAC, en Bogotá. 


Allí, en el Batallón Miguel Antonio Caro, con vestido caqui y gorro, a diario, y de ceremonia, los domingos de salida, fuimos sometidos a un estricto régimen castrense, orden cerrado, disciplinas de combate, manejo de armas convencionales, clases de estrategia militar, que nos inculcaron valores patrios, y nos dieron fortaleza y habilidades físicas, como complemento, soporte, al bachillerato académico que acabábamos de hacer. 


A continuación, un tema difícil, filosófico: No es invento, es realidad, es lo que creemos: desde el día en que nacemos tenemos una ruta definida, un camino que nos atrae como hierro a un imán; es el destino que nos lleva de la mano, siguiendo una orientación que debemos afinar para ajustar su rumbo y llegar al paraíso de los sueños e ilusiones que anhelamos realizar.


Continuando por el camino señalado, del azar coloreado, origen divino que nos guía a un fin preestablecido, sin referencia, no conocido, fuerza sobrenatural que nos impulsa, que nos mueve hacia adelante adonde habremos de llegar, tejemos nuestras vidas con esmero y probidad, con vigor, con entusiasmo, con mucha fuerza y voluntad.


En procura del derrotero que nos marca, hemos caminado un largo trecho y sembrado en tierra fértil, cosechando los frutos del Saber y del Hacer, para lograr acceso a un nuevo amanecer, soleado, de verdor inusitado, más allá del horizonte celestial, de estrellas colmado y de ilusiones dibujado, con un camino de un solo final, el premio celestial, de una vida espiritual.


Después de caminar y caminar, aquí estamos, en el ahora, en el Otoño iluminado, fuente de vida, de sabia vital, con vistas al cielo, al que habremos de llegar.


SANTANDERINOS-55, a estas alturas del tiempo transcurrido, vale la pena, es saludable, amar la vida con todas sus fealdades, sus malos momentos, sus tristezas, sus dolores, sus caídas y sus puntos de inflexión.  


En el ejercicio de existir, de vivir, se han generado cambios de rumbo en muy buena dirección, hacia arriba, siempre arriba, y hemos llegado lejos, muy lejos, cerca del cielo, al otoño de la vida, ¡Gracias a Dios!

           

Así pues, a estas alturas de la vida, somos Águilas que vuelan bien alto en las cumbres del Otoño, camino al cielo que nos vio nacer y que nos verá llegar al portón de la vida espiritual que anhelamos abrir, de par en par.


Disfrutamos con deleite de esta evocación, de las reminiscencias que están grabadas profundamente en el corazón, que no se borran, no se empañan con el tiempo, son imágenes siempre claras en la mente, imposibles de olvidar, no se diluyen, no se opacan, están fijas, vivirán eternamente, más allá de los latidos que un buen día cesarán. 


En el ejercicio existencial, hemos bajado y hemos subido, hemos triunfado y padecido y hemos trabajado y disfrutado de los frutos del bosque que sembramos tiempo ha. Buena tierra, buena siembra, frutos dulces de cosecha, aromas de paz, canastas de rosas y otras flores de azahar.


Los altibajos que tuvimos templaron los aceros del carácter y nos dieron dimensión, fuerza mental y solo esperamos llegar a viejos, sin rencores, todo amores, ilusiones y deseos de vivir, sonriendo, alegremente, dulcemente, haciendo el bien, honrando el legado recibido, la preciosa heredad, la Virtud y la Nobleza.


En este Otoño de la Vida, vivir es un regalo, un don de Dios que disfrutamos de a poquito, por granitos, a góticas, con sabores de la vida en familia y sociedad y con la amada, siempre al lado, que nos ama, que nos ama de verdad. ¡Es el amor de otoño que cultivamos, día a día, en la granja conyugal!


Solo queremos llegar más lejos, a paso firme, sin temblores, mente clara, sin calima en la visión, a la curva del camino que conduce a un destino definido, al bien ansiado, allá en la cumbre más alta, que nos espera, para lograr la eternidad.


¡Adiós, amigos, mis amigos de verdad! Esperamos volver a vibrar en consonancia, a la vez, por muchas veces, todavía.


ANTONIO ALJURI

11-03-2022


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