FRANCISCO GONZALEZ GARCIA
Un hombre culto de
finos modales y buen lenguaje que andaba no diría yo que encorvado, pero como
con la cabeza metida entre los hombros. De apariencia cetrina, consecuencia de su afición a la
morfina a la que se había enviciado desde muy joven. Fumaba en exceso
consumiendo los cigarrillos casi hasta el final y por esta práctica la nicotina había dejado huella en sus dedos.
Hablaba en un tono bajo de cadencia variable al punto que algunas veces parecía
que estuviera susurrando.
Nos dictó anatomía,
materia que desde luego conocía y manejaba a la maravilla...Tenia una curiosa
manera de sentarse en el escritorio para escribir en el libro de control, pues
lo hacia muy al borde del asiento y tan inclinado hacia adelante que parecía
que fuera a dormirse sobre este.
Salpicaba sus cátedras
con abundantes anécdotas acerca del
ejercicio de su profesión como médico,
todas ellas profundamente humanas y algunas muy simpáticas.
Era débil de carácter
y permitía que sus alumnos le visitasen en el consultorio para solicitar su
ayuda cuando se acercaban los exámenes.
Y esa ayuda no era otra que pedirle que adelantara alguna de las preguntas del tema,
algo que entre visita y visita terminaba por hacer
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