WILLIAM LAVERDE
Compañero durante muchos años en el
Colegio de Santander. Una persona sencilla, sin aspavientos, introvertida, que
cumplía bien con sus deberes, que no participaba en los bochinches pero si en
los juegos de trompos. Le gustaba el fútbol aunque no se destacó en ello. Era
aficionado a las caminatas por espacios abiertos y a la observación de la
naturaleza.
Desde temprano se vinculó a la Contraloría
General de Colombia y allí a base de trabajo y buenos esfuerzos empezó a
desarrollarse profesionalmente. Yo le perdí de vista durante un tiempo y lo
volví a encontrar enn1975 en el Perú, en donde se encontraba en una asignación
especial. El origen del re encuentro fue Jaime Parra Ramírez, el embajador
colombiano en esa época, quien me comento que tenía la visita de un funcionario
de la contraloría, que era santandereano, muy tímido y que por ello creía que
estaba aislado y pasándola mal. Por aquello de santandereano y con el ánimo de
ayudar a alguien sufriendo de soledad le solicité que me lo presentara y así
apareció William en Lima. Le incorpore a nuestras actividades de fin de semana
con lo cual su panorama cambio y pudimos acercar de nuevo nuestras vidas. Pronto
después de esos encuentros regreso a Bogotá y ahí otra vez le perdí la pista
hasta que en el 2005 celebramos en Bucaramanga los cincuenta años de
bachillerato. En ese momento ya se había jubilado y estaba empezando a
disfrutar de los beneficios de la libertad de tiempo y de un mejor flujo de
caja propios de quienes alcanzan este beneficio en buenos términos. Lo encontré
mas comunicativo y dado a emprender relaciones amorosas con mujeres jóvenes. A
la siguiente reunión de bachilleres que tuvo lugar en 2015 ya no asistió pues
lo estaban afectando impedimentos de salud. En una de mis últimas visitas a
Colombia me entere de que sus problemas de salud se habían acentuado y de que
se encontraba recluido en su domicilio. No he vuelto a recibir mas noticias
suyas lo que me hace temer lo peor.
Era de estatura media y mas bien grueso.
Caminaba con pasos lentos. El acné juvenil había dejado algunas huellas en su
cara. Poseía una mirada dubitativa y profunda detrás de unos anteojos pesados. Vestía
con sencillez.
Cumplió con sus deberes a cabalidad y fue siempre
una persona de bien. Por todo ello merece nuestra admiración y buen recuerdo.
(Autor: Victor Gabriel Martinez Carreño)