lunes, 4 de mayo de 2020

Reflexiones para esta Pandemia


ELUCUBRACIONES CRITICAS
Por Antonio Aljuri
Ingeniero UIS, Bachiller del Colegio de Santander de Bucaramanga, Promoción de 1955

RELEXIONES AL TENOR DE UNA CRISIS VIRULENTA

OPTIMISMO, FE Y ALEGRIA

En estos días, por fuerza mayor, nos ha tocado en suerte vivir una época de incertidumbre y de preocupaciones que nos invaden sin esfuerzo y sin medida; somos influenciables y vulnerables ante la fuerza de la naturaleza que se resintió del maltrato que ha venido recibiendo del hombre cuando manipula las herramientas del progreso y hace mal uso de los recursos naturales por cuenta del desperdicio.

Nosotros, los humanos, en la medida en que vivimos, en que avanzamos, somos los principales depredadores de la naturaleza:

a) --desviamos los cauces de los ríos, b) --extraemos en forma voraz y de manera rustica sus recursos vegetales y mineros, c) --contaminamos el medioambiente en que vivimos con la Polución, d) --agotamos los recursos naturales. e) --destruimos los ecosistemas para crecer las áreas urbanas, f) --agrandamos el “agujero de la capa de ozono”, con sus consecuencias de la “radiación ultravioleta”, perjudicial para la salud de los seres vivos.

Las noticias de prensa, radio y televisión hablan a diario del incremento progresivo de la Deforestación por la mano del hombre, que aumenta la cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera por la tala de bosques orientada a la obtención de más áreas cultivables, destinadas a producir forraje, y nuevos potreros de cría y levante de Ganado, que es un gran generador de gases de efecto invernadero  como el dióxido de carbono (CO2), el óxido nitroso (N2O), y el metano (CH4) (que se produce de manera natural como parte del proceso digestivo del ganado).

Es muy comentado que “el sector ganadero genera más gases de efecto invernadero, medidos en su equivalente en dióxido de carbono, que el del transporte". Dicen que la ganadería es, además, "una de las principales causas de la degradación del suelo y de los recursos hídricos". ¿Quién detiene este deterioro?, ¿es posible hacerlo?, Quien le pone el cascabel al gato?

El buldócer no se detiene en su afán de darle al sector agropecuario salidas carreteables para el transporte y la comercialización de sus productos a los centros de abasto, que surten las necesidades de una población que crece pasivamente y que debe ser proveída y alimentada.

La industria de las chimeneas contamina en gran escala, pues queman combustibles fósiles, carbón, petróleo y sus derivados, gasolina, ACPM, fuel oíl, etc. El progreso no se detiene. Toda actividad antropogénica contamina. El hombre vive a expensas de la naturaleza que produce y sufre.

No paramos en las actividades contaminantes del medioambiente y de la tierra, del aire que respiramos. Destruimos los espacios verdes y selvas vírgenes, que nos oxigenan. Todo esto es parte de la vida diaria. Se percibe un desprecio a la abundancia que recibimos de Dios en nuestra creación. ¡El hombre es su propio verdugo!

Somos contaminadores impenitentes y, para rematar, regamos la tierra de residuos nucleares, químicos, biológicos y plásticos, muchos no “biodegradables”; contaminamos los hábitats naturales de fauna, marina y terrestre, el aire que respiramos, el agua de los ríos, la tierra fértil y los mares y vamos en camino de destruir el planeta.

Es un círculo vicioso, una situación recurrente, que se repite constantemente. El progreso, parece, solo se logra destruyendo la naturaleza, que se resiente y grita; su protesta se siente en el mundo entero. Ya sabemos cómo y de qué manera. No hay marcha atrás. Hay que capear el temporal. Vendrán, eso esperamos, mejores días, ¡Dios mediante!

Con cada paso que damos perdemos oxígeno, agotamos fuentes de vida, maltratamos los suelos y los microorganismos que los nutren; somos depredadores de nosotros mismos, de la flora y sus diversas especies, sin tener conciencia de ello, como impelidos por una fuerza extraña, autónoma, un frenesí que no nos deja pensar, reflexionar, ni meditar en el daño que hacemos. No obstante, el mundo sigue su marcha destructiva, nada lo detiene, hasta el colapso final. ¡salvémoslo!

Cada día que pasa, a este ritmo devastador, crece la entropía de la naturaleza, se agotan los recursos naturales, sube la temperatura del mar y se estimula su reacción defensiva; ya sentimos sus efectos.

Esta época de pandemia es apropiada para reflexionar en cual ha de ser el comportamiento individual y colectivo de nuestra sociedad que, inconscientemente, quiere ser salvada de su poder letal, su apocalipsis. ¡Es el precio de vivir, que le vamos a hacer!

Es momento de “queremos más” y de disgustarnos menos, de ser más tolerantes, de actuar más como la palmera que se pliega al viento sibilante y huracanado, que como el roble que no se conmueve ante la fuerza inmensa de la tempestad que ruge, así lo derribe de raíz.

No vacilemos en sentir más empatía hacia el prójimo, cercano o lejano, y de entenderlo mejor, antes de juzgarlo y vituperarlo.

Por salud y bienestar, hay que perdonar y deponer armas y resentimientos, nuevos y añejos y rejuvenecer el alma para sentir paz y alegría y ver, en tonos de verde esperanza, un nuevo, soleado y bello amanecer. ¡con un nuevo aliento optimista en la vida, se alcanzaría a ver, muy de cercano, un horizonte claro y venturoso!

Es preciso y conveniente, en un acto de profunda convicción y mística religiosa, dejar, ya, de rumiar la ira y la amargura y de quemar en incienso los viejos rescoldos de insanos pensamientos, escozores y recelos, pues, es sabido que, donde hubo odios y resentimientos cenizas quedan, las que, por limpieza del alma, se deben esparcir al viento, para que la brasa no se reavive.

Llegó la hora de ayudarnos mutuamente para sobrevivir y avanzar por el camino de verdes sentimientos, al amparo generoso y calórico del sol del mediodía que alienta la vida. ¡Seamos humildes y solidarios!

Generemos Empatía para entender mejor los problemas y sufrimientos de las personas en condiciones de discapacidad física, no simulada,  que encontramos a lo largo del camino por el que transitamos e imploran por una ayuda, una limosna, un óbolo caritativo; ¡entendámoslas y ayudémoslas!, si nos es posible y encaja en nuestra manera filosófica  de pensar al respecto, en la medida de nuestras posibilidades de contribuir, con dinero, que generalmente es la forma usual de manifestarse ante la necesidad de satisfacción de  sus necesidades básicas en déficit, por situaciones vivenciales de diferente índole que inciden en su desventura.

Sembremos vida, sembremos árboles y cultivemos plantas en el hogar para que adornen nuestros espacios, los lugares y predios en los que vivimos, muchos, por cierto, desprovistos de áreas verdes y de flores, de alegría vegetal ornamental.

Sembremos árboles y plantas que nos alegren, que nos provean del oxígeno vital y, además, estimulen en nosotros el “ecologismo”, movimiento verde o ambientalista que busca dar prioridad a los ecosistemas y a las especies sobre los individuos depredadores de los recursos naturales y sus apetitos de progreso, sin responsabilidad humana.

Los mercaderes, digamos mejor, los “Mercachifles”, destructores de la naturaleza, que alteran irreversiblemente los ecosistemas con prácticas no ortodoxas como minería ilegal, la deforestación, los incendios provocados, la introducción de especies extrañas, la caza abusiva (cuando se matan más animales de los que nacen) y la contaminación por productos pesticidas utilizados en los cultivos, entre otras, actúan sin la  perspectiva ética de un desarrollo sostenible orientado a la protección y preservación del medio ambiente, previniendo la extinción de especies animales y vegetales, no tienen otra finalidad que el lucro personal, simple y llano, frio y con visos intensos de inmoralidad y mucho de dolo.

¡Cuidemos y hagamos buen uso de los recursos Naturales! ¡No dilapidemos ni contaminemos! ¡¡Desarrollo Sostenible! es la meta que debemos imponernos, en lo que sea de nuestro resorte y a nuestro alcance!

Los cerros que rodean pueblos y veredas, pulmones de oxígeno, son devastados para dar paso al cemento y/o pavimentos, con su destrucción urbanística, arrasando zonas verdes y arboledas para demarcar y crear ciudades que se extienden acromegalicamente, desordenadamente. Destruimos naturaleza para generar el caos de la sobrepoblación y sus necesidades, cada vez más apremiantes, que crean cinturones de miseria, cuyos efectos ya conocemos, también.

Tratemos de vivir, en lo que nos concierne y está a nuestro alcance, en equilibrio con los ecosistemas naturales. Generemos menos contaminación, desperdiciemos menos comida; preparemos solo las porciones que hemos de disfrutar, pues, si sobra, va a la “caneca” de la basura de los biodegradables, mezclados con los inertes (no discriminados) que crecen las pilas de los botaderos oficiales o ilegales, con su carga peligrosa y sus lixiviados que envenenan aguas de riachuelos quebradas y ríos, antes cristalinos y puros.

Es momento de “reconstruir” las estructuras del alma profunda, para lograr un mundo mejor en nuestro entorno, y en nuestros corazones, que sea más afable, más amigable, y más estable, en el cual nos sintamos agradados, agradecidos y confiados en un mañana más fraterno, luminoso y con intensidad familiar rutilante, esplendorosa.

Respetemos y protejamos el medioambiente en general y, en especial, el “microambiente familiar”, que es el “núcleo sensible e irritable”, sin confrontaciones nacidas de malas interpretaciones, o gestos de rebeldía, refrigerando episodios vividos de no grata recordación, o por posiciones de orgullo infundado, que crean discordia. Seamos resilientes. Perdonar produce un íntimo deleite y una paz celestial.

Es tiempo de estrechar los “lazos familiares” que, como un “cordón de Plata”, con hilos impregnados en bálsamos que Dios ha bendecido, de profundo significado emocional,  hemos tejido a través de los años, y de nutrirnos de la savia que se extrae del “árbol familiar”, que es el más frondoso y el que más sombra cobija y del cual podemos cosechar eternamente, los mejores frutos, los más dulces, los más jugosos.

Estos son “elucubraciones críticas”, circunstanciales, técnicas y filosóficas, de un viejo pensador” que el tiempo ha venido agotando, pero que lucha, día por día, por no dejarse vencer ni por los desafectos ilusorios, ni por los temblores febriles de los espíritus en conflicto, ni por las olas de aguas embravecidas por el impulso de los malos pensamientos que nos rondan, ni de la ingratitud que lastima, y que se da silvestre. El tiempo apremia, no dejemos de hacer lo que nos alegra el alma y nos une. Los escalones al cielo se vislumbran en la claridad del sol que nos alumbra, todavía.

Un mensaje de Optimismo, fe y alegría en esta época de Crisis.

En nuestros corazones siempre habrá, después de una noche tormentosa, el despunte creativo de un bello, florido, multicolor y soleado amanecer del nuevo día, que nos ofrecerá, para nuestro consuelo y esperanza, el “cuerno de la abundancia espiritual”, que nos proveerá de altas dosis de elasticidad emocional, paz y alegría ante las contingencias de la incertidumbre que pueda persistir con su miedo irracional y sus pensamientos apocalípticos.

La noche, larga, azarosa y eterna solo podrá existir en un mundo metafísico, con su impenetrable e insondable oscuridad, que “se interesa en algunos aspectos de lo real que son inaccesibles para la ciencia como una forma de pensamiento o filosofía que escapa a toda experiencia sensible”

Nada es, ni será, superior a nuestro deseo de vivir en armonía con la naturaleza verde y productiva del optimismo que debe reinar entre nosotros como familia, en círculos de amistad estudiantil, en grupos de “viejos amigos”, con “amigos del alma”, entre vecinos de conjuntos residenciales y como país, entre coterráneos, o en el exterior, como compatriotas con fiebre de nostalgia, de un mundo globalizado, al alcance de la tecnología de las comunicaciones que nos acerca y une, de manera fácil, naturalmente.

¡Compartamos Optimismo! ¡Siempre hacia adelante, con paso de vencedores!

ANTONIO ALJURI

Bogotá, 16-04-2020.